Víctor Hugo: el genio de la suprema voluntad
Opinionsur.net,
POR LEONEL MARTINEZ
En el universo de la literatura es difícil encontrar otro escritor de mayor dimensión que el autor de “Los Miserables”, el francés Víctor Hugo (1802-1885). Es evidente que sumadas sus facetas (poeta, novelista, dramaturgo, ensayista, dibujante, político), más sus diversas manifestaciones creativas, el resultado es un genio total. Una especie de galaxia del arte que crece y se expande hacia el infinito como la luz celestial.
Pocas veces en la historia de la humanidad se habían fundido igual que dos metales, la mente de las ideas y el cuerpo de la acción. El hombre de la maestría en la palabra escrita era un actor de primer plano en el escenario de la política, donde con sus discursos parecía ser el profeta de la verdad redentora.
Este nuevo Mahoma, por su carismática figura, suprema voluntad y contagioso liderazgo, tanto en el púlpito de la literatura o en la bancada del Parlamento (El Congreso), elevó su potente voz en defensa de los explotados, desposeídos, olvidados y marginados, a los que llamó: “Los miserables”.
“Encerrar este nombre prestigioso en algunas páginas, es como recoger el mar en un vaso. No consiste la dificultad en la grandeza literaria de Víctor Hugo, sino en su amplitud: grande es Víctor Hugo sin duda, pero es más amplio todavía que grande”. Así se expresó hace algunas décadas la extinta intelectual española Emilia Pardo Bazán.
Mientras que para el premio Nobel en Literatura el peruano Mario Vargas Llosa: “No ha vuelto a existir un escritor que tenga la repercusión que tuvo Víctor Hugo en su tiempo. Es difícil en nuestra época imaginar lo que significó Víctor Hugo en la suya. Hoy en día solo podríamos compararlo con uno de esos grandes futbolistas o artistas de cine, cuyo nombre o proezas llegan a los cinco continentes y provocan una simpatía universal. Eso fue Víctor Hugo en su tiempo, y probablemente no lo había sido antes ningún otro escritor, ni tampoco después de él”.
Hay que interpretar que Víctor Hugo fue el Napoleón de la Cultura en siglo XIX (diecinueve), un verdadero conquistador emotivo de los franceses y del mundo. Y si se cuentan sus libros, también fue un prolijo escritor que dejó un extenso legado, pues el conjunto de su obra representa casi cuarenta millones de caracteres, reunidos en algo más de medio centenar de volúmenes: 13 obras de teatro, nueve novelas, 21 libros de poesía, 14 ensayos, millares de artículos, decenas de centenares de cartas, incontables discursos, charlas y conferencias, y un diario personal voluminoso (“Cosas vistas”). Vargas Llosa al respeto dice:
“Su obra es gigantesca, es inmensa. Si una persona dedicara catorce horas diarias a examinar de lunes a sábado los libros y los documentos que tiene la Biblioteca Nacional de Francia sobre Víctor Hugo, demoraría no menos de veinte años en leerla, porque Víctor Hugo es después de Shakespeare, el escritor que genera más estudios. Si un lector quisiera conocer la obra de Víctor Hugo en detalle, todo lo que escribió, una vida entera no le bastaría”.
EL NIÑO PRECOZ: “UN CHIQUILLO SUBLIME”
Habían pasado dos años del inicio del entonces nuevo siglo diecinueve (XIX). La modernidad avanzaba de manos de las ideas revolucionarias de los pensadores franceses como Rousseau, Montesquieu, Voltaire, entre otros. El mundo estaba cambiando y las corrientes literarias también. Francia todavía olía a pólvora y Napoleón Bonaparte se proyectaba como -y de hecho lo era- el nuevo dueño de Europa.
En este ambiente, en el período napoleónico, llega a la vida Víctor Marie Hugo Trébuchet, un 26 de febrero de 1802, en Besanzón, comunidad del este de Francia. Se recuerda que en ese año Napoleón Bonaparte firma un tratado de paz con Inglaterra. Los historiadores apuntan que en las calles de París se distribuyeron millares de ejemplares de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” de 1789: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”.
El pequeño Víctor pasa los primeros años de su vida entre bonanzas, precariedades y acciones bélicas. No faltaron los juegos infantiles: el trompo, el escondite, las corridas en caballos de palo y los tirapiedras. La vegetación con sus hermosas flores y el canto melódico de los pájaros lo llenaron de poesía.
Acompañado de su madre y hermanos vive en España donde su papá cumple misiones militares, allí aprende el español como segundo idioma. Asimismo reside en Italia y fue testigo ocular de algunas batallas de las fuerzas militares de las que formaba parte su progenitor. Esas imágenes quedaron grabadas en su mente inocente.
Los primeros estudios los recibió de manos de un profesor particular pagado por su padre. Con tanta mala suerte que a su querido “profe”, un amable señor llamado Lahorre, el gobierno republicano lo apresó y luego le cortó la cabeza en la guillotina. La misma fatalidad le siguió posteriormente a su padrastro, quien también fue decapitado. “Tan horribles sucesos marcaron la conciencia del jovencito y toda su vida se la pasó oponiéndose a esta forma de castigo”.
De regreso a su país natal ingresa a la escuela primaria donde demuestra excelentes condiciones para el aprendizaje rápido. A la edad de diez años escribe sus primeros poemas. El pequeño Víctor parece una esponja que lo absorbe todo. Ya internado en un colegio sus notas son las mejores en física, matemáticas, historia y gramática. Los profesores no tienen dudas de que es un niño precoz. “Su inteligencia brilla con luz propia, pero con una intensidad poco común en un niño de su edad”. Comentan algunos de sus educadores.
El muchacho es un autodidacta, dibuja como un experto, aprende a hacer versos y a rimar él solo. Se convierte en la admiración de sus maestros. Antes de cumplir 15 años había escrito: millares de versos, una ópera cómica, un melodrama en prosa (Inés de Castro), el borrador de una tragedia en verso de cinco actos (Los escandinavos).
Increíblemente en esa edad tenía pleno dominio de la poesía en toda su forma, pues redactó un poema épico (El diluvio). También escribía sonetos, odas, fábulas, elegías, epigramas, acrósticos, acertijos (enigmas o adivinanzas), e historias. Y como si fuera poco, tenía bosquejos de centenares de dibujos.
A los 15 años participa en un concurso organizado por la Academia Francesa. El jurado estaba de acuerdo en darle el premio. “Dejó perplejos a los jueces que no sabían qué hacer con el poema de Hugo, se resistían a creer que fuese la obra de un muchacho de quince años”. Se le llegó a pedir el acta de nacimiento para comprobar aquel asombro. Pero la Academia decidió otorgarle una mención porque Víctor Hugo tituló su trabajo como “Apenas 15 años”, y eso “sugería demasiado su joven edad”.
Cuando tenía 16 años sacó una revista con sus hermanos que duró año y medio, en ella publicó 112 artículos y 22 poemas. Al cumplir 17 años ya era una personalidad conocida por la intelectualidad francesa del momento, incluyendo al escritor René de Chateaubrand (1768-1848), considerado el fundador del romanticismo en la literatura francesa y uno de los más autorizados hombres de letras de entonces, quien leyó algunos poemas del todavía niño Víctor Hugo, y lo elogió diciendo, “es un chiquillo sublime”. Sin saber que el jovencito había escrito en su cuaderno, “Quiero ser Chateaubrand o nada”.
Dos años después de que Napoleón pierde la batalla de Waterloo ya Víctor Hugo había cumplido los 17 años. Con alegría participa en diferentes concursos y resulta ganador en todos. El adolescente impulsado por el calor de sus éxitos abandona la escuela y se dedica como un profesional a la literatura. Francia no duda de su extraordinario talento y desde aquel tiempo la mina abundante de su creatividad va dejando huellas de lo que era el escritor Víctor Hugo, cuya niñez y juventud se las hurtó la literatura.
RETRATO HABLADO DE VÍCTOR HUGO
Sus ojos brillosos al pestañar parecen rimar, al estilo del poeta Lamartine. Tiene una pícara sonrisa cual el dramaturgo Molière. Además disfruta de una mirada alta y curiosa al modo del ensayista Montaigne. De pelo lacio, largo y abundante, igual que su creatividad artística. Cuando su cabellera está sin peinar se puede confundir con el literato Balzac. Y si lo vemos junto a los novelistas Alejandro Dumas y Standhal, podríamos decir con humor, “ahí van Los tres mosqueteros de Rojo y Negro”.
Si imaginamos su voz, es de tono varonil pero sin acento machista. Sus palabras son suaves y románticas, un “Claro de Luna” reflejado en el mar. Es un hombre elegante, y cuando las barbas y las canas lo vistieron de blanco, se volvió (según las mujeres) “un hombre muy interesante”.
Víctor Hugo tiene el porte militar, lo heredó de su padre, sin embargo no posee uniforme de soldado en su pensamiento rebelde. Su personalidad es la de un triunfador que a pesar de sus éxitos y de ser rico con las ventas de sus libros, jamás desprecia en el trato personal a los pobres.
EL ESCRITOR Y SU OBRA
La poesía fue la faena diaria de Víctor Hugo y a la vez su pasión permanente. De hecho, se da a conocer como escritor con “Odas y poesías diversas”, su primer libro publicado. Destacan del mismo modo “Las hojas de otoño”, “Las contemplaciones”, y “Los cuatro vientos del espíritu”. Aunque no pueda considerarse a Víctor Hugo como el creador del romanticismo, ciertamente es uno de los exponentes franceses más representativos. Víctor Hugo es un poeta al nivel de los más grandes de la lírica universal, ya que tiene el tamaño de Byron, la estatura de Neruda o la altura de Whitman. Los cuatro podían sentarse en la misma mesa a un almuerzo de versos.
En narrativa, resaltan sus novelas más célebres: “Nuestra Señora de París” (también llamada como “El jorobado de Nuestra Dama”), escrita en 1831, cuando tenía 29 años de edad. Además “Los miserables”, su obra cumbre, publicada en 1862. Igualmente, “El hombre que ríe”, y ”El año 1793”. La versión de “Los miserables” en musical (https://www.youtube.com/watch?v=tuG7Np9vl0Y), ha sido vista por más de 80 millones de personas y ha recorrido el mundo. También ha sido llevada al cine alcanzando buen éxito.
“El jorobado de Nuestra Dama” es hoy una obra cinematográfica que ha triunfado en la pantalla grande, del mismo modo es un cartón animado (https://www.youtube.com/watch?v=LQ7AymgWgmA) producido por Walt Disney. Se contabiliza que la pieza ha sido presenciada en cine y en TV por millones de niños y adultos.
Entre las obras de teatro más conocidas podemos mencionar: “Cromwell”(1927), que generó una gran polémica, “Hernani” (1830), que ocasionó un enfrentamiento a golpes entre sus espectadores. Y “El rey se divierte”, cuyo estreno (1832) fue prohíbo por el Consejo de Ministros ordenando “la suspensión inmediata de la representación del drama”, provocando la indignación del autor: “Solo faltó que me encerraran en la cárcel de la Bastilla”, dijo Víctor Hugo en tono irónico.
La obra sirvió de argumento para que Giuseppe Verdi (Italia 1813-1901) compusiera su ópera Rigoletto, considerada la más completa de las óperas, y quizás la de mayores espectadores en el mundo. Víctor Hugo trató de hacer valer sus derechos de autor y acusó de plagio a Verdi. Pero terminó reconociendo su admiración por la ópera, aunque no le solicitara permiso para adaptar el drama teatral al libreto operístico.
Sus ensayos más polémicos fueron: “Napoleón el pequeño”, e “Historia de un crimen”, que son unas críticas duras a Napoleón III y al golpe de Estado de 1851, que le costaron el exilio. No debemos dudar que Víctor Hugo es un personaje universal y como hombre de arte es un genio total que ocupa uno de los primeros lugares en la atención del público.
EL GENIO DE LA VOLUNTAD SUPREMA
Como un buzo me he sumergido en la profundidad de la obra literaria de Víctor Hugo. En ella uno descubre el secreto de su loable carrera. Hay en su trayectoria una marca indeleble o una palabra esencial: “voluntad”. La voluntad es la fuerza que mueve todas las columnas del alma. Me corrijo, no es una fuerza, porque no tiene que ver 100% con los músculos del cuerpo. La voluntad es una energía que está en las ideas y en la determinación. Por lo tanto, es la llama que calienta los pensamientos y los vuelve sólidos e inquebrantables como los diamantes.
En las novelas de Víctor Hugo: “Los miserables”, “Nuestra Señora de París”, “El año 1793”, entre otras; uno siente que la voluntad es un impulso interior alentador del espíritu, no es materia para ser tocada físicamente, sino energía invisible de la mente. Es el combustible que enciende la imaginación y hace que nos nazcan alas para hacer posible el vuelo indetenible rumbo al éxito. Cuando la voluntad muere, de manera inmediata se caen la fe, la esperanza y hasta la suerte; es como si tumbáramos la primera ficha en una larga fila de piezas del juego de dominó, al momento se van derribando una tras otra.
Hugo comprueba en sus novelas que cuando en un hombre de dura voluntad esta energía desaparece, se puede decir que la persona es de hecho un “cadáver del ánimo”. El marinero que cae al agua desde el barco en la novela “Los Miserables” (¡Un hombre al mar! Primera parte: “Fantina”. Libro segundo: “La caída”. Capítulo VI: La ola y la sombra), luchaba para no ahogarse con todo el poderío de su voluntad, pero en el minuto en que esta energía comienza a fallar se inicia su agonía. Desesperado y desalentado mira hacia el cielo y ve que hay aves sobrevolando sobre su tragedia.
No obstante, en vez de él interpretar aquel vuelo esperanzador como una forma de incrementar su energía para que continuara luchando contra la muerte, lo valoró al contrario; entonces, sintió que ya no había razón para seguir luchando por la vida. Se derrotó así mismo, se abandonó a la furia de las olas. Era un “muerto moral”, expresa Víctor Hugo. Es decir, falleció su voluntad y se entregó al sepulcro de las aguas.
Ahora entendamos que Víctor Hugo no es solo un niño precoz, es la más extraordinaria voluntad de ser algo grande en la vida. Su inteligencia prematura es una simple brisa que como a él, también les acompaña a millares de criaturas en el mundo. Pero su voluntad es un verdadero huracán que lo impulsaba a su objetivo a velocidades nunca antes vistas.
No es únicamente su genialidad cuando escribe, es su voluntad al decir en su cuaderno a los 14 años la oración: “Quiero ser Chateaubriand o nada”. Significó o significa que él iba a ser por su voluntad el más grande de los escritores de Francia o por el contrario, prefería ser nadie. Se evidencia que en su manera de actuar la voluntad se almacena además de su mente, en su corazón, y en ese espacio se le llama “amor” o “torrente de pasión”, que fueron los acentos de su forma de hacer las cosas.
Es en esta expresión: “Quiero ser Chateaubriand o nada”, donde verdaderamente está su genialidad y su clave de vida. Aquello de que, “los niños precoces mueren temprano”, no se cumplió en Víctor Hugo, pues violentó hasta la tradición del promedio de vida en que generalmente agonizan los grandes escritores. Su voluntad le hizo vivir 83 años. He aquí el quid de su éxito. Otros aspiraban a la cima de la montaña, su voluntad le hizo desear y llegar al más lejano lugar del universo.
Finalmente, si el marinero náufrago no hubiese perdido su voluntad de vivir, probablemente en la circunstancia en que estaba hubiese fallecido también, mas su muerte hubiese sido un acto heroico y digno. De seguro que hoy se le rindiera tributo como “El mártir de la suprema voluntad”. ¿O acaso no fue la voluntad del marinero Cristóbal Colón la que hizo posible el Descubrimiento?
¿Si Magallanes y Juan Sebastián Elcano como tripulantes, no hubiesen sido hombres de férrea voluntad, no les hubiesen dado la vuelta al mundo en un barco de vela, (aunque el primero murió en la travesía)? ¿Qué hubiese descubierto Galileo sino anima sus investigaciones con una sólida voluntad?
Por lo tanto, la voluntad de Víctor Hugo es hija además de aquellas potencias que hicieron posible los magnos descubrimientos y las más increíbles creaciones de la inteligencia humana. Quizás por eso, sus obras literarias les dan la vuelta al mundo como aquellos frágiles barcos de vela empujados más por la voluntad que por los vientos.
Esa suprema voluntad de Víctor Hugo es posible también que la heredara de su madre Sophie Trébuchet (1772-1821), creo que su ascendiente le aportó la gran inteligencia, tanto a él como a sus dos hermanos, quienes también eran escritores. Su progenitor, el oficial de infantería Joseph Leopold Sigisbert Hugo (1773-1828), se conformó con ser un simple miembro del ejército de Napoleón, acostumbrado a esperar las órdenes superiores para actuar. Sin otras aspiraciones que recibir un salario y estar a la espera de un traslado para recoger y mudarse a otro pueblo.
Por esa razón termina separándose de él la madre de Víctor Hugo, pues con su voluntad de acero, doña Sophie prefirió recorrer otros senderos junta a sus tres muchachos. Y la voluntad de ella es bravura, decisión, coraje, tenacidad en el camino para llegar, riesgo en asumir todas las consecuencias del destino, pero sin miedo. La señora Sophie Trébuchet, madre de Víctor Hugo, arribó a la ciudad de París sin esposo, sola con sus hijos y con el regazo erguido como un toro o ternera en valiente envestida contra todas las dificultades de la vida.
UN OBLIGADO PARÉNTESIS
(Señora Sophie Trébuchet, permítame llegar hasta su triste sepulcro para decirle en alta voz: ¡Qué injusta es la humanidad! Han pasado casi dos siglos y nadie, absolutamente nadie había reconocido que detrás del trono del genio de su hijo, alguien se esconde en la sombra gloriosa de sus éxitos literarios. Sí señora. Es la primera ocasión que se rinde merecido homenaje a su esfuerzo de madre y auspiciadora del gran talento de su retoño menor Víctor Hugo. Todos habían olvidado el apellido Trébuchet de su abnegada madre, la auténtica sembradora de su suprema voluntad. A nombre de los miserables y oprimidos que aún permanecen en el mundo, dejo estampada sobre el polvo de su olvidada tumba, la palabra ¡GRACIAS!).
Después del paréntesis me pregunto:
¿Qué hubiera sido de Víctor Hugo sino sigue los pasos de la voluntad de su madre? ¿Quién sabe si hubiese sido uno de los millares de soldados del ejército de Napoleón que la historia se tragó en el olvido? Eso es lo que recibe Víctor Hugo como legado materno: La voluntad suprema como la llave del triunfo. Sus hermanos Joseph Abel Hugo (1798-1855) y Eugène Hugo (1800-1837), eran como su padre, extremadamente resignados, y en cierta forma conformistas. No brillaron por ser estrellas apagadas de su ánimo gris.
Los hermanos no pudieron apreciar que existen ciegos que ven más que otros de ojos de visión 20:20. No consideraron que haya discapacitados que corren mejor que aquellos que tienen en perfecto estado sus piernas. Es la voluntad la que hace el atleta y no la fuerza bruta de los músculos. Víctor Hugo fue un campeón en la literatura por la energía que la suprema voluntad trasladó desde su cerebro a su puño de escritor.
Desde su plataforma, usando la literatura a modo de base, Víctor Hugo hizo soñar a millones de lectores con un paraíso que era posible alcanzar y materializar. Les hizo saber que la literatura era una enseñanza de vida, un mundo dentro del mundo, pero un espacio sin pobreza ni oprimidos. En ese mundo ya los miserables no existirían.
LO ÍNTIMO, EL POLÍTICO
Víctor Hugo se casó en 1822, a los veinte años, con su amiga y vecina Adèle Foucher, con quien tuvo cinco hijos, tres varones y dos hembras. El primero, Leopold (1823), murió a los tres meses de nacido (9 de octubre), luego llegaron: Leopoldine (1824-1843); Charles (1826-1871, tuvo tres hijos que son los primeros nietos de su padre. Fue escritor, periodista y siquiatra); François Víctor (1828-1873, escritor, traductor al francés de 18 volúmenes de la obra completa de Shakespeare, periodista) y Adèle (1830-1915, tocaba el piano, era una bella modelo, murió de demencia, no tuvo hijos). De su vida se hizo una película en 1976 que fue nominada al Oscar).
En otro aspecto íntimo de Víctor Hugo, es conocida su considerable cantidad de amantes, entre las que destacan Leonie d´aunet y Juliette Drouet. Con esta última mujer su relación se extendió por más de 50 años. Mientras su esposa Adèle Foucher mantenía una relación (dizque secreta) con el famoso crítico literario Sainte Beuve, quien era amigo de confianza de Víctor Hugo.
La novela más real vivida por Víctor Hugo tuvo lugar una tarde del 4 de septiembre del 1843, como todo un buen bohemio y entre lisas y tragos almorzaba en un lujoso restaurant con una de sus “admiradoras”. En un momento tomó el periódico y leyó la noticia de primera plana: HIJA DE VÍCTOR HUGO Y SU ESPOSO SE AHOGAN EN EL RÍO SENA. Con amargura bajó la copa como si el trago de vino fuese de vinagre y exclamó con fuerza: ¡Dios mío!, ¿qué te he hecho? El escritor había perdido a su adorada y bella hija Lèopoldine de 19 años, y a su nuero Charles Vacquerie de 26 años de edad, tenían siete meses de casados. De ese dolor nacieron varios libros de poesía, entre ellos “Las contemplaciones”.
A partir de 1844 se involucra activamente en política, en 1845 es nombrado Par de Francia (miembro distinguido por sus méritos de la Cámara Alta), también fue diputado y senador. Su oposición al golpe de Estado dado por quien sería Napoleón III, en 1851, lo obliga a huir al exilio, primero a Bélgica, después a la Isla de Jersey y luego a la de Guernsey, en el Canal de la Mancha. Su regreso a Francia en 1870, después de 19 años de destierro, se considera como la manifestación política más grande de Francia en el siglo 19, pues fue recibido por cerca de un millón de personas.
FUNERAL DE ESTADO
El inmenso Víctor Hugo, el sol que iluminó el mundo con los destellos de su imaginación, se deslizaba a ocultarse cual atardecer. El tiempo sonó sus campanillas de cristal, en clara señal de un final: el niño de hace 80 años ya era un anciano, que pareció volverse niño otra vez al enseñar su misma sonrisa infantil con piezas menos, como anunciando en cada diente caído la macabra llegada de la muerte.
Francia año 1885, 22 de mayo, París, la capital de la luz lució apagada. El planeta sintió un silencio luctuoso. El mar detuvo sus olas en una noche sin luna. Falleció el genio de la suprema voluntad. El cortejo sería irrepetible en la historia de Francia. El gobierno decreta el día como “Duelo Nacional”.
El poeta es honrado con el protocolo de un Funeral de Estado. Por primera vez al fondo de la avenida de los Campos Elíseos, un ataúd con la insignia tricolor de los franceses, reposa debajo del Arco de Triunfo, morada de los muertos reservada a las almas virtuosas. Es el equivalente del paraíso celeste.
Dos millones de sus compatriotas lloran al escritor. El mundo se cubrió de pena y lágrimas. Niños, jóvenes, adultos y ancianos, lamentan su partida. Los guardias de honor entrecruzan sus espadas levantadas con vigor. El rostro del poeta iluminado por los candelabros parece un rayo de luz que emerge del corazón del universo. La literatura se vistió de lila.
En una ocasión de similar tristeza, se recuerdan las palabras de Víctor Hugo frente al cadáver de su amigo Honoré de Balzac: “No es la noche, es la luz. No es la nada, es la eternidad. No es el fin, es el principio. Féretros como éste son una prueba de la inmortalidad”.
Se escuchan plegarias y rezos, mientras las flores cubren los restos venerables de Víctor Hugo, quien ya tiene “como tumba el océano y como sudario el cielo”. Entre esas dos profundas infinidades descansará su alma por los siglos de los siglos. ¡Amén! “Llegará el día en que todo será concordia, armonía, luz, alegría y vida. Y para que llegue ese día nosotros debemos morir”. Víctor Hugo.
- Por: OPINIONSURSUR -
Artículo: Víctor Hugo: el genio de la suprema voluntad
POR LEONEL MARTINEZ
En el universo de la literatura es difícil encontrar otro escritor de mayor dimensión que el autor de “Los Miserables”, el francés Víctor Hugo (1802-1885). Es evidente que sumadas sus facetas (poeta, novelista, dramaturgo, ensayista, dibujante, político), más sus diversas manifestaciones creativas, el resultado es un genio total. Una especie de galaxia del arte que crece y se expande hacia el infinito como la luz celestial.
Pocas veces en la historia de la humanidad se habían fundido igual que dos metales, la mente de las ideas y el cuerpo de la acción. El hombre de la maestría en la palabra escrita era un actor de primer plano en el escenario de la política, donde con sus discursos parecía ser el profeta de la verdad redentora.
Este nuevo Mahoma, por su carismática figura, suprema voluntad y contagioso liderazgo, tanto en el púlpito de la literatura o en la bancada del Parlamento (El Congreso), elevó su potente voz en defensa de los explotados, desposeídos, olvidados y marginados, a los que llamó: “Los miserables”.
“Encerrar este nombre prestigioso en algunas páginas, es como recoger el mar en un vaso. No consiste la dificultad en la grandeza literaria de Víctor Hugo, sino en su amplitud: grande es Víctor Hugo sin duda, pero es más amplio todavía que grande”. Así se expresó hace algunas décadas la extinta intelectual española Emilia Pardo Bazán.
Mientras que para el premio Nobel en Literatura el peruano Mario Vargas Llosa: “No ha vuelto a existir un escritor que tenga la repercusión que tuvo Víctor Hugo en su tiempo. Es difícil en nuestra época imaginar lo que significó Víctor Hugo en la suya. Hoy en día solo podríamos compararlo con uno de esos grandes futbolistas o artistas de cine, cuyo nombre o proezas llegan a los cinco continentes y provocan una simpatía universal. Eso fue Víctor Hugo en su tiempo, y probablemente no lo había sido antes ningún otro escritor, ni tampoco después de él”.
Hay que interpretar que Víctor Hugo fue el Napoleón de la Cultura en siglo XIX (diecinueve), un verdadero conquistador emotivo de los franceses y del mundo. Y si se cuentan sus libros, también fue un prolijo escritor que dejó un extenso legado, pues el conjunto de su obra representa casi cuarenta millones de caracteres, reunidos en algo más de medio centenar de volúmenes: 13 obras de teatro, nueve novelas, 21 libros de poesía, 14 ensayos, millares de artículos, decenas de centenares de cartas, incontables discursos, charlas y conferencias, y un diario personal voluminoso (“Cosas vistas”). Vargas Llosa al respeto dice:
“Su obra es gigantesca, es inmensa. Si una persona dedicara catorce horas diarias a examinar de lunes a sábado los libros y los documentos que tiene la Biblioteca Nacional de Francia sobre Víctor Hugo, demoraría no menos de veinte años en leerla, porque Víctor Hugo es después de Shakespeare, el escritor que genera más estudios. Si un lector quisiera conocer la obra de Víctor Hugo en detalle, todo lo que escribió, una vida entera no le bastaría”.
EL NIÑO PRECOZ: “UN CHIQUILLO SUBLIME”
Habían pasado dos años del inicio del entonces nuevo siglo diecinueve (XIX). La modernidad avanzaba de manos de las ideas revolucionarias de los pensadores franceses como Rousseau, Montesquieu, Voltaire, entre otros. El mundo estaba cambiando y las corrientes literarias también. Francia todavía olía a pólvora y Napoleón Bonaparte se proyectaba como -y de hecho lo era- el nuevo dueño de Europa.
En este ambiente, en el período napoleónico, llega a la vida Víctor Marie Hugo Trébuchet, un 26 de febrero de 1802, en Besanzón, comunidad del este de Francia. Se recuerda que en ese año Napoleón Bonaparte firma un tratado de paz con Inglaterra. Los historiadores apuntan que en las calles de París se distribuyeron millares de ejemplares de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” de 1789: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”.
El pequeño Víctor pasa los primeros años de su vida entre bonanzas, precariedades y acciones bélicas. No faltaron los juegos infantiles: el trompo, el escondite, las corridas en caballos de palo y los tirapiedras. La vegetación con sus hermosas flores y el canto melódico de los pájaros lo llenaron de poesía.
Acompañado de su madre y hermanos vive en España donde su papá cumple misiones militares, allí aprende el español como segundo idioma. Asimismo reside en Italia y fue testigo ocular de algunas batallas de las fuerzas militares de las que formaba parte su progenitor. Esas imágenes quedaron grabadas en su mente inocente.
Los primeros estudios los recibió de manos de un profesor particular pagado por su padre. Con tanta mala suerte que a su querido “profe”, un amable señor llamado Lahorre, el gobierno republicano lo apresó y luego le cortó la cabeza en la guillotina. La misma fatalidad le siguió posteriormente a su padrastro, quien también fue decapitado. “Tan horribles sucesos marcaron la conciencia del jovencito y toda su vida se la pasó oponiéndose a esta forma de castigo”.
De regreso a su país natal ingresa a la escuela primaria donde demuestra excelentes condiciones para el aprendizaje rápido. A la edad de diez años escribe sus primeros poemas. El pequeño Víctor parece una esponja que lo absorbe todo. Ya internado en un colegio sus notas son las mejores en física, matemáticas, historia y gramática. Los profesores no tienen dudas de que es un niño precoz. “Su inteligencia brilla con luz propia, pero con una intensidad poco común en un niño de su edad”. Comentan algunos de sus educadores.
El muchacho es un autodidacta, dibuja como un experto, aprende a hacer versos y a rimar él solo. Se convierte en la admiración de sus maestros. Antes de cumplir 15 años había escrito: millares de versos, una ópera cómica, un melodrama en prosa (Inés de Castro), el borrador de una tragedia en verso de cinco actos (Los escandinavos).
Increíblemente en esa edad tenía pleno dominio de la poesía en toda su forma, pues redactó un poema épico (El diluvio). También escribía sonetos, odas, fábulas, elegías, epigramas, acrósticos, acertijos (enigmas o adivinanzas), e historias. Y como si fuera poco, tenía bosquejos de centenares de dibujos.
A los 15 años participa en un concurso organizado por la Academia Francesa. El jurado estaba de acuerdo en darle el premio. “Dejó perplejos a los jueces que no sabían qué hacer con el poema de Hugo, se resistían a creer que fuese la obra de un muchacho de quince años”. Se le llegó a pedir el acta de nacimiento para comprobar aquel asombro. Pero la Academia decidió otorgarle una mención porque Víctor Hugo tituló su trabajo como “Apenas 15 años”, y eso “sugería demasiado su joven edad”.
Cuando tenía 16 años sacó una revista con sus hermanos que duró año y medio, en ella publicó 112 artículos y 22 poemas. Al cumplir 17 años ya era una personalidad conocida por la intelectualidad francesa del momento, incluyendo al escritor René de Chateaubrand (1768-1848), considerado el fundador del romanticismo en la literatura francesa y uno de los más autorizados hombres de letras de entonces, quien leyó algunos poemas del todavía niño Víctor Hugo, y lo elogió diciendo, “es un chiquillo sublime”. Sin saber que el jovencito había escrito en su cuaderno, “Quiero ser Chateaubrand o nada”.
Dos años después de que Napoleón pierde la batalla de Waterloo ya Víctor Hugo había cumplido los 17 años. Con alegría participa en diferentes concursos y resulta ganador en todos. El adolescente impulsado por el calor de sus éxitos abandona la escuela y se dedica como un profesional a la literatura. Francia no duda de su extraordinario talento y desde aquel tiempo la mina abundante de su creatividad va dejando huellas de lo que era el escritor Víctor Hugo, cuya niñez y juventud se las hurtó la literatura.
RETRATO HABLADO DE VÍCTOR HUGO
Sus ojos brillosos al pestañar parecen rimar, al estilo del poeta Lamartine. Tiene una pícara sonrisa cual el dramaturgo Molière. Además disfruta de una mirada alta y curiosa al modo del ensayista Montaigne. De pelo lacio, largo y abundante, igual que su creatividad artística. Cuando su cabellera está sin peinar se puede confundir con el literato Balzac. Y si lo vemos junto a los novelistas Alejandro Dumas y Standhal, podríamos decir con humor, “ahí van Los tres mosqueteros de Rojo y Negro”.
Si imaginamos su voz, es de tono varonil pero sin acento machista. Sus palabras son suaves y románticas, un “Claro de Luna” reflejado en el mar. Es un hombre elegante, y cuando las barbas y las canas lo vistieron de blanco, se volvió (según las mujeres) “un hombre muy interesante”.
Víctor Hugo tiene el porte militar, lo heredó de su padre, sin embargo no posee uniforme de soldado en su pensamiento rebelde. Su personalidad es la de un triunfador que a pesar de sus éxitos y de ser rico con las ventas de sus libros, jamás desprecia en el trato personal a los pobres.
EL ESCRITOR Y SU OBRA
La poesía fue la faena diaria de Víctor Hugo y a la vez su pasión permanente. De hecho, se da a conocer como escritor con “Odas y poesías diversas”, su primer libro publicado. Destacan del mismo modo “Las hojas de otoño”, “Las contemplaciones”, y “Los cuatro vientos del espíritu”. Aunque no pueda considerarse a Víctor Hugo como el creador del romanticismo, ciertamente es uno de los exponentes franceses más representativos. Víctor Hugo es un poeta al nivel de los más grandes de la lírica universal, ya que tiene el tamaño de Byron, la estatura de Neruda o la altura de Whitman. Los cuatro podían sentarse en la misma mesa a un almuerzo de versos.
En narrativa, resaltan sus novelas más célebres: “Nuestra Señora de París” (también llamada como “El jorobado de Nuestra Dama”), escrita en 1831, cuando tenía 29 años de edad. Además “Los miserables”, su obra cumbre, publicada en 1862. Igualmente, “El hombre que ríe”, y ”El año 1793”. La versión de “Los miserables” en musical (https://www.youtube.com/watch?v=tuG7Np9vl0Y), ha sido vista por más de 80 millones de personas y ha recorrido el mundo. También ha sido llevada al cine alcanzando buen éxito.
“El jorobado de Nuestra Dama” es hoy una obra cinematográfica que ha triunfado en la pantalla grande, del mismo modo es un cartón animado (https://www.youtube.com/watch?v=LQ7AymgWgmA) producido por Walt Disney. Se contabiliza que la pieza ha sido presenciada en cine y en TV por millones de niños y adultos.
Entre las obras de teatro más conocidas podemos mencionar: “Cromwell”(1927), que generó una gran polémica, “Hernani” (1830), que ocasionó un enfrentamiento a golpes entre sus espectadores. Y “El rey se divierte”, cuyo estreno (1832) fue prohíbo por el Consejo de Ministros ordenando “la suspensión inmediata de la representación del drama”, provocando la indignación del autor: “Solo faltó que me encerraran en la cárcel de la Bastilla”, dijo Víctor Hugo en tono irónico.
La obra sirvió de argumento para que Giuseppe Verdi (Italia 1813-1901) compusiera su ópera Rigoletto, considerada la más completa de las óperas, y quizás la de mayores espectadores en el mundo. Víctor Hugo trató de hacer valer sus derechos de autor y acusó de plagio a Verdi. Pero terminó reconociendo su admiración por la ópera, aunque no le solicitara permiso para adaptar el drama teatral al libreto operístico.
Sus ensayos más polémicos fueron: “Napoleón el pequeño”, e “Historia de un crimen”, que son unas críticas duras a Napoleón III y al golpe de Estado de 1851, que le costaron el exilio. No debemos dudar que Víctor Hugo es un personaje universal y como hombre de arte es un genio total que ocupa uno de los primeros lugares en la atención del público.
EL GENIO DE LA VOLUNTAD SUPREMA
Como un buzo me he sumergido en la profundidad de la obra literaria de Víctor Hugo. En ella uno descubre el secreto de su loable carrera. Hay en su trayectoria una marca indeleble o una palabra esencial: “voluntad”. La voluntad es la fuerza que mueve todas las columnas del alma. Me corrijo, no es una fuerza, porque no tiene que ver 100% con los músculos del cuerpo. La voluntad es una energía que está en las ideas y en la determinación. Por lo tanto, es la llama que calienta los pensamientos y los vuelve sólidos e inquebrantables como los diamantes.
En las novelas de Víctor Hugo: “Los miserables”, “Nuestra Señora de París”, “El año 1793”, entre otras; uno siente que la voluntad es un impulso interior alentador del espíritu, no es materia para ser tocada físicamente, sino energía invisible de la mente. Es el combustible que enciende la imaginación y hace que nos nazcan alas para hacer posible el vuelo indetenible rumbo al éxito. Cuando la voluntad muere, de manera inmediata se caen la fe, la esperanza y hasta la suerte; es como si tumbáramos la primera ficha en una larga fila de piezas del juego de dominó, al momento se van derribando una tras otra.
Hugo comprueba en sus novelas que cuando en un hombre de dura voluntad esta energía desaparece, se puede decir que la persona es de hecho un “cadáver del ánimo”. El marinero que cae al agua desde el barco en la novela “Los Miserables” (¡Un hombre al mar! Primera parte: “Fantina”. Libro segundo: “La caída”. Capítulo VI: La ola y la sombra), luchaba para no ahogarse con todo el poderío de su voluntad, pero en el minuto en que esta energía comienza a fallar se inicia su agonía. Desesperado y desalentado mira hacia el cielo y ve que hay aves sobrevolando sobre su tragedia.
No obstante, en vez de él interpretar aquel vuelo esperanzador como una forma de incrementar su energía para que continuara luchando contra la muerte, lo valoró al contrario; entonces, sintió que ya no había razón para seguir luchando por la vida. Se derrotó así mismo, se abandonó a la furia de las olas. Era un “muerto moral”, expresa Víctor Hugo. Es decir, falleció su voluntad y se entregó al sepulcro de las aguas.
Ahora entendamos que Víctor Hugo no es solo un niño precoz, es la más extraordinaria voluntad de ser algo grande en la vida. Su inteligencia prematura es una simple brisa que como a él, también les acompaña a millares de criaturas en el mundo. Pero su voluntad es un verdadero huracán que lo impulsaba a su objetivo a velocidades nunca antes vistas.
No es únicamente su genialidad cuando escribe, es su voluntad al decir en su cuaderno a los 14 años la oración: “Quiero ser Chateaubriand o nada”. Significó o significa que él iba a ser por su voluntad el más grande de los escritores de Francia o por el contrario, prefería ser nadie. Se evidencia que en su manera de actuar la voluntad se almacena además de su mente, en su corazón, y en ese espacio se le llama “amor” o “torrente de pasión”, que fueron los acentos de su forma de hacer las cosas.
Es en esta expresión: “Quiero ser Chateaubriand o nada”, donde verdaderamente está su genialidad y su clave de vida. Aquello de que, “los niños precoces mueren temprano”, no se cumplió en Víctor Hugo, pues violentó hasta la tradición del promedio de vida en que generalmente agonizan los grandes escritores. Su voluntad le hizo vivir 83 años. He aquí el quid de su éxito. Otros aspiraban a la cima de la montaña, su voluntad le hizo desear y llegar al más lejano lugar del universo.
Finalmente, si el marinero náufrago no hubiese perdido su voluntad de vivir, probablemente en la circunstancia en que estaba hubiese fallecido también, mas su muerte hubiese sido un acto heroico y digno. De seguro que hoy se le rindiera tributo como “El mártir de la suprema voluntad”. ¿O acaso no fue la voluntad del marinero Cristóbal Colón la que hizo posible el Descubrimiento?
¿Si Magallanes y Juan Sebastián Elcano como tripulantes, no hubiesen sido hombres de férrea voluntad, no les hubiesen dado la vuelta al mundo en un barco de vela, (aunque el primero murió en la travesía)? ¿Qué hubiese descubierto Galileo sino anima sus investigaciones con una sólida voluntad?
Por lo tanto, la voluntad de Víctor Hugo es hija además de aquellas potencias que hicieron posible los magnos descubrimientos y las más increíbles creaciones de la inteligencia humana. Quizás por eso, sus obras literarias les dan la vuelta al mundo como aquellos frágiles barcos de vela empujados más por la voluntad que por los vientos.
Esa suprema voluntad de Víctor Hugo es posible también que la heredara de su madre Sophie Trébuchet (1772-1821), creo que su ascendiente le aportó la gran inteligencia, tanto a él como a sus dos hermanos, quienes también eran escritores. Su progenitor, el oficial de infantería Joseph Leopold Sigisbert Hugo (1773-1828), se conformó con ser un simple miembro del ejército de Napoleón, acostumbrado a esperar las órdenes superiores para actuar. Sin otras aspiraciones que recibir un salario y estar a la espera de un traslado para recoger y mudarse a otro pueblo.
Por esa razón termina separándose de él la madre de Víctor Hugo, pues con su voluntad de acero, doña Sophie prefirió recorrer otros senderos junta a sus tres muchachos. Y la voluntad de ella es bravura, decisión, coraje, tenacidad en el camino para llegar, riesgo en asumir todas las consecuencias del destino, pero sin miedo. La señora Sophie Trébuchet, madre de Víctor Hugo, arribó a la ciudad de París sin esposo, sola con sus hijos y con el regazo erguido como un toro o ternera en valiente envestida contra todas las dificultades de la vida.
UN OBLIGADO PARÉNTESIS
(Señora Sophie Trébuchet, permítame llegar hasta su triste sepulcro para decirle en alta voz: ¡Qué injusta es la humanidad! Han pasado casi dos siglos y nadie, absolutamente nadie había reconocido que detrás del trono del genio de su hijo, alguien se esconde en la sombra gloriosa de sus éxitos literarios. Sí señora. Es la primera ocasión que se rinde merecido homenaje a su esfuerzo de madre y auspiciadora del gran talento de su retoño menor Víctor Hugo. Todos habían olvidado el apellido Trébuchet de su abnegada madre, la auténtica sembradora de su suprema voluntad. A nombre de los miserables y oprimidos que aún permanecen en el mundo, dejo estampada sobre el polvo de su olvidada tumba, la palabra ¡GRACIAS!).
Después del paréntesis me pregunto:
¿Qué hubiera sido de Víctor Hugo sino sigue los pasos de la voluntad de su madre? ¿Quién sabe si hubiese sido uno de los millares de soldados del ejército de Napoleón que la historia se tragó en el olvido? Eso es lo que recibe Víctor Hugo como legado materno: La voluntad suprema como la llave del triunfo. Sus hermanos Joseph Abel Hugo (1798-1855) y Eugène Hugo (1800-1837), eran como su padre, extremadamente resignados, y en cierta forma conformistas. No brillaron por ser estrellas apagadas de su ánimo gris.
Los hermanos no pudieron apreciar que existen ciegos que ven más que otros de ojos de visión 20:20. No consideraron que haya discapacitados que corren mejor que aquellos que tienen en perfecto estado sus piernas. Es la voluntad la que hace el atleta y no la fuerza bruta de los músculos. Víctor Hugo fue un campeón en la literatura por la energía que la suprema voluntad trasladó desde su cerebro a su puño de escritor.
Desde su plataforma, usando la literatura a modo de base, Víctor Hugo hizo soñar a millones de lectores con un paraíso que era posible alcanzar y materializar. Les hizo saber que la literatura era una enseñanza de vida, un mundo dentro del mundo, pero un espacio sin pobreza ni oprimidos. En ese mundo ya los miserables no existirían.
LO ÍNTIMO, EL POLÍTICO
Víctor Hugo se casó en 1822, a los veinte años, con su amiga y vecina Adèle Foucher, con quien tuvo cinco hijos, tres varones y dos hembras. El primero, Leopold (1823), murió a los tres meses de nacido (9 de octubre), luego llegaron: Leopoldine (1824-1843); Charles (1826-1871, tuvo tres hijos que son los primeros nietos de su padre. Fue escritor, periodista y siquiatra); François Víctor (1828-1873, escritor, traductor al francés de 18 volúmenes de la obra completa de Shakespeare, periodista) y Adèle (1830-1915, tocaba el piano, era una bella modelo, murió de demencia, no tuvo hijos). De su vida se hizo una película en 1976 que fue nominada al Oscar).
En otro aspecto íntimo de Víctor Hugo, es conocida su considerable cantidad de amantes, entre las que destacan Leonie d´aunet y Juliette Drouet. Con esta última mujer su relación se extendió por más de 50 años. Mientras su esposa Adèle Foucher mantenía una relación (dizque secreta) con el famoso crítico literario Sainte Beuve, quien era amigo de confianza de Víctor Hugo.
La novela más real vivida por Víctor Hugo tuvo lugar una tarde del 4 de septiembre del 1843, como todo un buen bohemio y entre lisas y tragos almorzaba en un lujoso restaurant con una de sus “admiradoras”. En un momento tomó el periódico y leyó la noticia de primera plana: HIJA DE VÍCTOR HUGO Y SU ESPOSO SE AHOGAN EN EL RÍO SENA. Con amargura bajó la copa como si el trago de vino fuese de vinagre y exclamó con fuerza: ¡Dios mío!, ¿qué te he hecho? El escritor había perdido a su adorada y bella hija Lèopoldine de 19 años, y a su nuero Charles Vacquerie de 26 años de edad, tenían siete meses de casados. De ese dolor nacieron varios libros de poesía, entre ellos “Las contemplaciones”.
A partir de 1844 se involucra activamente en política, en 1845 es nombrado Par de Francia (miembro distinguido por sus méritos de la Cámara Alta), también fue diputado y senador. Su oposición al golpe de Estado dado por quien sería Napoleón III, en 1851, lo obliga a huir al exilio, primero a Bélgica, después a la Isla de Jersey y luego a la de Guernsey, en el Canal de la Mancha. Su regreso a Francia en 1870, después de 19 años de destierro, se considera como la manifestación política más grande de Francia en el siglo 19, pues fue recibido por cerca de un millón de personas.
FUNERAL DE ESTADO
El inmenso Víctor Hugo, el sol que iluminó el mundo con los destellos de su imaginación, se deslizaba a ocultarse cual atardecer. El tiempo sonó sus campanillas de cristal, en clara señal de un final: el niño de hace 80 años ya era un anciano, que pareció volverse niño otra vez al enseñar su misma sonrisa infantil con piezas menos, como anunciando en cada diente caído la macabra llegada de la muerte.
Francia año 1885, 22 de mayo, París, la capital de la luz lució apagada. El planeta sintió un silencio luctuoso. El mar detuvo sus olas en una noche sin luna. Falleció el genio de la suprema voluntad. El cortejo sería irrepetible en la historia de Francia. El gobierno decreta el día como “Duelo Nacional”.
El poeta es honrado con el protocolo de un Funeral de Estado. Por primera vez al fondo de la avenida de los Campos Elíseos, un ataúd con la insignia tricolor de los franceses, reposa debajo del Arco de Triunfo, morada de los muertos reservada a las almas virtuosas. Es el equivalente del paraíso celeste.
Dos millones de sus compatriotas lloran al escritor. El mundo se cubrió de pena y lágrimas. Niños, jóvenes, adultos y ancianos, lamentan su partida. Los guardias de honor entrecruzan sus espadas levantadas con vigor. El rostro del poeta iluminado por los candelabros parece un rayo de luz que emerge del corazón del universo. La literatura se vistió de lila.
En una ocasión de similar tristeza, se recuerdan las palabras de Víctor Hugo frente al cadáver de su amigo Honoré de Balzac: “No es la noche, es la luz. No es la nada, es la eternidad. No es el fin, es el principio. Féretros como éste son una prueba de la inmortalidad”.
Se escuchan plegarias y rezos, mientras las flores cubren los restos venerables de Víctor Hugo, quien ya tiene “como tumba el océano y como sudario el cielo”. Entre esas dos profundas infinidades descansará su alma por los siglos de los siglos. ¡Amén! “Llegará el día en que todo será concordia, armonía, luz, alegría y vida. Y para que llegue ese día nosotros debemos morir”. Víctor Hugo.