La soledad en el toque de queda
Opinionsur.net,
Aunque para esta gente las mañanas y las noches suelen parecer las mismas, están seguros de que el coronavirus en una mal de salud que ha agravado sus vidas.
Mientras muchos esperan la eliminación del toque de queda para disfrutar de las fiestas y compartir en familia, los indigentes lejos de tener un hogar y, en su mayoría una familia, viven cada día su propio toque de queda sin ninguna protección al virus que no mira clases ni estatus sociales.
Cada noche, lejos de sentir una cama y un hogar, son los múltiples cartones y bancos los dormitorios de los necesitados que duermen en los parques, plazas, avenidas y techados de las calles de Santo Domingo.
Sin geles antibacterial en sus bolsillos, alcohol, uso adecuado de mascarillas e incluso distanciamiento social son las condiciones en las que viven día a día los indigentes en la Republica Dominicana, distantes a las festividades, navidad, familia e incluso sin llevar pendientes el cuidado que tanto se pregona para “sobrevivir al virus’’.
Entre semblantes caídos, tristes, preocupados e intimidantes suelen circular los necesitados del polígono central de la capital dominicana, donde suelen centrarse en horas nocturnas para dormir, “leer un libro”, arrinconarse e incluso algunos ejercer la predicación en horarios del toque de queda como parte de su rutina.
Muy poca compañía
El sonido del viento, algunos carros al pasar y uno que otros animales son la compañía de los indigentes en el toque de queda pero esto no siempre fue así, no solo el coronavirus los ha distanciado de la sociedad sino también los maltratos, el alzheimer, abandono y los giros de la vida que han hecho de las calles su hogar.
José Gustavo Almonte es uno de ellos. Hasta el 2005 era encargado de seguridad suprema en una compañía llamada Metropolitana pero al ser amputada una de sus piernas según informó al equipo del Listín Diario, la compañía lo despidió y más adelante se vio afectado su proceso de pensión debido a un cambio de nombre que hizo la empresa.
Desde la amputación, José duerme en la parada A de la duarte que conduce a San Cristóbal, allí se refugia al caer la noche cerca al destacamento de la policía. Se auspicia de comida y cena que suelen impartir comunidades cristianas y en ocasiones los comedores económicos.
Al preguntar sobre su familia dijo solo tener un hermano pero prefiere vivir sin un lugar fijo a ser humillado.
José no posee mascarillas, sólo una sombrilla roja en su mano con la que se oculta del sol, y su silla de ruedas la cual coloca al lado del banco donde se sienta para vender artefactos en el parque.
Asimismo, Luz Emilia viuda Méndez de 80 años perteneciente a Santiago de los caballeros, recuerda tener dos años viviendo en el parque Enriquillo donde se mantiene al frente del destacamento.
Para sobrevivir Luz vende toallas pequeñas y lo que pueda encontrar en caso de cualquier imprevisto.
‘“Yo vendo mis toallitas para buscármela’’, dijo.
Los moradores del lugar cuentan que Luz lleva más tiempo en los alrededores y que su familia la ha buscado e incluso se la llevado a casa pero termina retornando al parque debido a que presenta un trastorno mental.
“No quiero ser una carga”
Respecto a su familia, Luz Emilia dice tener cuatro hijos, una hembra y tres varones, al ser cuestionada por el equipo de Listín Diario sobre reintegrarse con su familia dijo no querer volver a Bonao donde viven sus hijos porque no quiere ser una carga y prefiere ir a un asilo.
Prefiere un asilo
‘“Mi hijo venía a veces de Bonao pero no voy a vivir en casa ajena molestando, mejor voy a un asilo y me porto bien’’, expreso.
Mientras realizamos el reportaje, Listín Diario fue testigo de una evaluación a Emilia realizada por el Consejo Nacional de la Persona Envejecientes (CONAPE), tras la denuncia de una señora en la zona al ver las condiciones en las que vivía en la calle.
Con su vestido negro, abrigo rojo, mascarilla, una mochila y dos bultos Emilia se fue contenta porque iría aun asilo donde le brindarían atención. A pesar del final de Emilia, esta no es la misma situación de muchos de los indigentes que se encuentran en el parque.
Yajaira, quién limpia el parque junto a otros compañeros suele estar en el área a las 8 de la mañana y observa todos los días alrededor de 15 personas incluyendo ancianos y jóvenes en todo el lugar, sin protecciones y sin distanciamiento como una familia.
“Ellos son una familia entre ellos mismos’’, comento Yajaira.
Aunque para los indigentes las mañanas y las noches suelen parecer las mismas saben que el coronavirus y la pandemia es otra, y que ha cambiado sus vidas y las forma en las que se desarrollan día a día porque si antes vivían expuestos hoy la exposición es mayor.